REPORTAJE A RICARDO DARIN

"Los pueblos no tenemos que pagar las macanas del poder"
 El actor estrenó en mayo Elefante blanco, en la que compone a un cura  con una enfermedad terminal, y cuenta cómo los habitantes de la villa  se acercaban a él para pedirle favores y contarle sus necesidades.  Revela que Juan Carr no sólo es su amigo, sino “una especie de  chamán”.
Elefante blanco. En la excelente película de Pablo Trapero, Darín hace  el mejor trabajo de su carrera: un cura villero en Ciudad Oculta que  padece una enfermedad terminal y mucha impotencia y dolor ante lo que  lo rodea.
 Cuando se encuentra con Perfil, tras el consabido “¿cómo estás?”,  Darín sorprende: “Hace tres días que no duermo”. Su perra de dos años,  una bulldog francesa, tuvo cría por cesárea. Esperaban dos cachorros,  llegaron siete –a no entusiasmarse: todos tienen destinatario  prometido–, y tras el parto la perrita quedó con un poco de arritmia,  así que al igual que ella no se separa ni un centímetro de sus hijos,  la familia Darín se turna para no separarse de la bulldog, incluso de  noche. Amores. Luego, Darín vuelve a sorprender: “¿Viste la  película?”. Cuando le decimos que sí, que vimos Elefante blanco –el  extraordinario film de Pablo Trapero en el que compone a un cura  villero, donde la villa se muestra en toda su dimensión, su miseria,  su desesperación, sin maquillaje–, confiesa que él no, que Trapero no  lo deja hasta el estreno. 

El rol de Darín probablemente sea el mejor de su ya consagrada  carrera: jamás había llegado a tanto con un ser tan pero tan distinto  a él mismo, jamás había mostrado tanta furia, tanto dolor, sólo con  sus ojos celestes. Probablemente Darín lo sospeche, y probablemente  sospeche también que el hecho de que él se meta en una villa, que sea  él quien muestra una villa para que nadie pueda aparentar que no sabe  cómo es una villa, tenga peso específico.  —Tu personaje es un héroe. ¿Qué tenés vos de héroe?  —Yo soy lo menos héroe que hay sobre la faz de la Tierra. Yo soy  cobarde. Si ante cada situación de la vida yo dijera todo lo que  pienso, no me soportaría nadie. Yo tendría que decir lo que pienso,  ser valiente, pero no podría caminar por la calle. A nosotros nos  enseñaron que la mezquindad es el reaseguro, es lo que está bien. Por  eso se compraron tantas rejas y tantos rottweilers.  —¿Cómo fue estar tanto tiempo en un sitio de extrema pobreza? 
—Después del tercer día de laburo, me iba a casa con la sensación de  haber formado parte de algo que no tenía nada que ver con mi mundo.  Cuando entré en contacto con las personas, con sus historias, la  sensación de distancia desaparecía, me empezaba a sentir cada vez más  involucrado emocionalmente. Comencé a aprender los nombres, empezó a  desaparecer la idea inicial que ellos tenían de la farándula o los  famosos, y fuimos entrando en contacto como personas. Yo andaba  vestido de sacerdote todo el tiempo, y se empezó a producir una  situación muy extraña: pasamos a ser depositarios de reclamos, de  pedidos de ayuda, a veces a ser simples oídos de sensaciones.  —¿Qué te decían?  —Una vez me pasó algo muy curioso. Yo tenía un descanso de diez  minutos, me había sentado, y se me acerca un señor joven, de unos 45  años, que me dijo una cosa impactante:
“Tengo un problema, ¿te lo  puedo contar?”. Le dije que sí, pero si no podía ser en otro momento,  y él me dijo que me esperaba. Lo miré y le dije “bueno, dale”. Me  dice: “Mirá, tengo un chiquito de diez años que tiene planeada una  operación para mayo del año que viene (por este año), pero tiene mucho  dolor, no aguanta más, no tenemos forma de calmarlo con analgésicos, y  pensé que me podías ayudar”. Yo le pregunté cómo pensaba que lo podía  ayudar y él me dijo “no sé, no sé, la verdad es que no sé, pero te vi  y pensé que me podías dar una mano”. Nos quedamos los dos en silencio,  y le digo “no se me ocurre cómo”. El me mira y me dice “ayudame a  pensar”. Yo me subí al motorhome y me quedó en la cabeza. No me pedía  guita, ni laburo.
El tipo estaba bloqueado por sus circunstancias. Me  quedo así y agarro el teléfono y llamo al tipo que me ayuda a pensar a  mí.  —¿Tu analista?  —No, no, un amigo. Juan Carr. El es medio mi chamán, saca cosas de mí  que no me atrevo a sacar solo. Tiene una energía extra que no sé de  dónde le viene. Está detrás de todos los casos perdidos. Salvando las  distancias, me hace acordar a la Madre Teresa de Calcuta. Volviendo a  la anécdota, le cuento el caso. Al rato me dice “anotá este teléfono y  llamá”. Salgo y le digo al tipo “no te prometo nada, pero a lo mejor  tenemos una chance en el Garrahan”.
A la semana estaba en el Garrahan,  y operaron al chico. No te lo cuento para mandarme la parte de que lo  ayudé, porque nada que ver, sino porque lo que me impactó fue el  pedido, “ayudame a pensar”.  —¿Cambió la forma en que ves la villa miseria y la pobreza?  —Aprendí que cuando decimos “villa” generalizando es un error, el 95%  de las personas que están ahí son laburantes que quieren defender a  sus hijos. La burguesía, en la que me incluyo, nos hace suponer que la  villa es sólo un caldo de cultivo de malhechores, y eso es una  injusticia. Paralelamente, nos ocurrió una cosa, que es que mucha  gente de la villa trabajó en Elefante blanco. Y estaba bueno que  trabajaran no sólo porque cobraban, sino porque formaban parte de  algo.
Las Madres del Paco nos contaban que durante todo el proceso de  la película estuvieron contentísimas, porque los chicos trabajaban y  no consumían paco. Ahí era donde mi cabeza empezaba a trabajar y me  decía “entonces no es tan difícil como se dice, esto no es sólo un  problema de guita, es de criterio y, sobre todo, de voluntad”. Se  podría hacer mucho por la gente. Hacerlos sentir que pueden apostar  por algo. Vos fijate que con una película hicimos laburar a toda una  villa durante tres meses. Una película. ¿Y si se hace con más, y si se  hace más tiempo?  —La película es una historia de religiosos en un sitio donde el habla  popular diría “no llega la mano de Dios”. ¿Qué te generó trabajar con  los curas villeros para armar tu personaje?
 —Esta experiencia me enseñó a dudar de mi falta de fe. Me di cuenta de  que la gente que no tiene nada usa la fe como una herramienta para  hacer pie. ¿Hasta qué punto tengo derecho a dudar de la fe ajena? Yo  soy escéptico por naturaleza. Traté de que mi mirada fuera lo más  respetuosa posible. La realidad de los curas villeros, de los que  están en el llano, es ésa, pensar en el otro. Yo me declaro en contra  de las estructuras religiosas, no sólo de la católica sino en general,  pero otra cosa son los guerreros, los que se arremangan todos los  días.  —La película muestra que a la villa le da la espalda todo el mundo,  tanto el político como el económico. Me decías que pertenecés a la  burguesía. ¿Cómo te increpa la villa, siendo burgués?  —Yo no sé si soy burgués. Formo parte de la burguesía, que es  distinto. Para pertenecer tendría que estar de acuerdo con lo que lo  compone, lo cual no me sucede. Siento que el peor de los males con las  villas es sentir que no hay nada para hacer.
Con las villas y con  todo. Yo sigo confiando en el trato humano. Desconfío de las  multitudes, se manejan por otro lado. Cuando tratás con otra persona,  podés ayudar. Hay que tener sentido común, sensibilidad y voluntad. Yo  estoy seguro de que hay funcionarios que piensan en el bien común. Nos  enteramos de los que se enriquecen y dicen una cosa pero hacen otra,  pero creo que aparte de esos hay gente de buena leche, bien formada.  Yo entiendo que haya mucha desconfianza, de si las cosas que damos  llegarán a destino o se las afanarán los funcionarios...  —Lo cual nos quedó desde las Malvinas.  —Sí, de esas colectas donde todos fuimos usados y humillados. Yo ahí  participé. Fui a un programa de televisión, salí a la calle a pedir. 
Es una de esas puñaladas que todavía tengo en el estómago. Mi viejo me  decía “aunque usted sepa que no se puede confiar en nadie, confíe  igual porque si no pierde la última herramienta”.  —Las dos últimas películas de Trapero te tienen de protagonista. ¿Qué  pensás de las declaraciones del director del Festival de Cannes, que  dijo que salvo Trapero el cine argentino se había suicidado?  —No sé muy bien a qué se refirió Thierry. Supongo que se debe haber  decepcionado con dos o tres cosas seguidas. Y algo lo comparto. Me  pasa a veces que miro películas argentinas y tengo que tratar de  entender cómo tantas cabezas enfocadas en la misma dirección no  pudieron tener a alguien que diga “muchachos, me parece que nos fuimos  a la mierda”. El cine no es de uno solo, hay muchísima gente. Y me  pregunto cómo las harán.
Normalmente, yo pongo dos meses el culo en  una silla y empiezo a discutir con el realizador y el guionista línea  por línea del guión. Cuando me convocan, lo primero que hago es  preguntar por qué me convocan, quiero saber si llaman a Ricardo Darín  el famoso.  —Y si te dicen que es para fortalecer la recaudación ¿qué hacés?  —Y, normalmente eso no te lo dicen de frente. Y si me dicen eso,  descubro con quién estoy hablando, que cree eso que sería una pavada.  Volviendo a lo del cine argentino, diría que también hay proyectos con  seriedad, con gente que se viene deslomando y merece su oportunidad.  —¿Por qué le dijiste que no a Almodóvar hace un mes?  —Porque no podía decirle que sí. Yo tenía Tesis sobre un homicidio con  fecha de inicio el 23 de abril y no podía abandonarla. El ya lo sabía;  cuando nos encontramos en Madrid me dijo:
“Yo sé que tenés esto, pero  me tiro el lance igual”. Pero él podía hacer la película sin mí, y en  Tesis... no podían prescindir de mí. Yo no me bajo de un proyecto en  el que di mi palabra aunque no haya contrato firmado. Yo creo que  Almodóvar en el fondo debe haber valorado que yo no abandonara un  proyecto al que le había dado mi palabra.  —Siempre hiciste muy bien pie en España, país al que conocés mucho.  ¿Cómo ves este conflicto que se desató con la nacionalización de YPF?  —No lo puedo creer. Lo que yo ya no podía creer, en su momento, fue  que YPF se privatizara. Creo que es una sumatoria de equivocaciones.  De todo esto, lo que me preocupa es el modus operandi. Sobre todo  porque tenemos razón.
Cuando alguien tiene razón nunca tiene que  gritar. Está bien que YPF sea argentina, siempre lo pensé, pero no soy  amigo de dejar abierta la ventana para que nos critiquen. Si este  gobierno estuvo relacionado con la privatización de YPF, empezaría por  eliminar los eufemismos y las hipocresías, diría “la privatizamos y  nos equivocamos, ahora tratamos de timonear a tiempo para no seguir  perdiendo dinero”. Tengo la necesidad de que eso se diga  concretamente, pues la inteligencia de los ciudadanos exige que se  hable de frente. Decime la verdad. Todos sabemos la verdad. Que me lo  diga. Que me diga que se equivocó. Yo le diría, si me dice esto,  “hagámoslo, pero hagámoslo bien”, no le demos chance a España de que  se ponga en una defensa judicial multimillonaria.
Esto es por dinero,  no por nacionalidades. Yo leí blogs de argentinos que hablan de  gallegos brutos y de españoles que hablan de sudacas, y eso es darle  pasto a las fieras. Eso es generar un estado en el que cualquiera  puede decir cualquier pelotudez porque nadie habla con claridad ni  toma en cuenta la historia. Están convirtiendo en contienda nacional  lo que es una disputa empresarial. El caso Aerolíneas es claro, como  ejemplo: hoy Marsans está siendo juzgado en España por evasión  impositiva. Acá la dictadura pidió guita y la estamos pagando  nosotros. Yo no quiero que los pueblos tengamos que seguir pagando las  macanas de los administradores de turno. Acá no se habla con claridad,  entonces todos dicen cualquier estupidez.
Y les encanta fogonear eso,  porque creen que todo es una contienda. No me gusta que se genere este  estado de disputa permanente. Yo no le hablaría a Cristina, sino que  les hablaría a las voces que llegan a ella. Cristina probablemente  vive en una burbuja que le restringe las cosas malas y estimula las  buenas. Yo les diría que no hablen más con eufemismos ni hipocresías.  Todos estamos al tanto de todo. Leamos lo que leamos, medios  oficialistas u opositores, cruzamos los datos y tenemos una opinión.  Me gustaría que por una vez nos digan la verdad, que reconozcan sus  errores. Que me hablen con la posta y me tendrán de su lado.


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