Las cárceles de López

por Laura Vazquez Hutnik
La historieta Las Puertitas del Sr López fue publicada por primera vez en octubre de 1979 en la primera época de la revista de ciencia ficción El Péndulo y a partir de 1980 en Humor Registrado donde se publicó hasta 1982. (1) Escrita por Carlos Trillo y dibujada por Horacio Altuna
La historieta representa el tipo de producción disruptiva que tuvo lugar durante la última dictadura en Argentina. Es evidente que en la obra no hay oposición abierta al sistema represivo. Sin embargo, en el marco de las publicaciones de quiosco y en el deslinde de la censura impuesta a los medios populares y masivos, la serie pone en escena un relato de la resistencia. La historia es la de un hombre de clase media oprimido en todos los órdenes de su vida. Cuando ese mundo se torna intolerable, el protagonista, simplemente, “escapa”.
 La solución provisoria es traspasar la puerta de cualquier baño público o privado para entregarse a un espacio y lugar alterno en el que todo es placer y fantasía. El trazo en blanco y negro de Horacio Altuna acompaña a la perfección un guión que cuenta mucho más que la vida de un oficinista frustrado. Juan Sasturain prologaba la recopilación de la obra en el tomo publicado en 1981 por La Urraca: 
“Cada vez más gordito y pelado, López es cada vez menos; menos, en general. Desvalido sí, pero definitivamente mediocre, su puertita es una salida, no una solución: algo que suele suceder. Pero él va y abre. Siempre va y abre, a lo que sea; porque lo otro –esto- es intolerable”.
Por supuesto que esa liberación momentánea o pálida estrategia compensatoria, no le soluciona “la vida”: sólo le da tregua para seguir sobrellevando la opresión y la rutina. López es portador de un apellido antes que de un nombre. Un apellido que simboliza su anonimato social y lo desapega del mundo de los afectos. Ni siquiera para su compañera López deja ser López. Sus escapadas siempre lo traen de regreso. Y cuando vuelve, siempre lo hace como testigo mudo de la historia. Hasta este punto, ni siquiera se vuelve un cínico. Cada episodio lo envuelve en un clima más asfixiante: “Pero ya habrá otra puerta”, piensa López. Y sigue aguantando.
Promedia los cincuenta años. Es de estatura baja, algo gordo, algo calvo, con cara redonda, bigotes finitos y ojos huidizos que se esconden tras sus anteojos gruesos de marco negro. Viste de riguroso traje con camisa y corbata a tono; duerme en camiseta, shorts largos y calcetines. En cuanto a su intimidad: sabemos que no disfruta de su sexualidad. Cada encuentro tras la puerta lo enfrenta a una mujer soñada con la que no puede concretar el deseo.
 En su fantasía, las bellas mujeres lo seducen y se entregan (Solange, Leticia, Marcia, Ingrid, Sandra, Selene) pero él siempre se ve interrumpido por “el afuera”. Y sin embargo López tiene una manera de redimirse: cuando está solo, cuando nadie lo molesta, acude al onanismo puro y a la masturbación. Disciplinado e impotente, ha sido alcanzado por la microfísica del poder.
Al oficinista nunca se lo ve “fuera de sí”. No se permite desviar su convencionalismo y es apropiado para todo. No viste a la moda ni fuera de la moda: López nunca es demasiado nada. No tan gordo para ser obeso, no tan calvo para ser pelado, no tan maduro para ser anciano. Y es esa medianía, esa necesidad de pasar desapercibido, lo que lo empuja a una insoportable alineación. Hasta Dios lo descalifica cuando en una de sus múltiples visitas al baño, le dice: 
“¿para eso naciste? ¿nunca pegaste cuatro gritos, nunca diste un buen portazo, nunca gozaste de un día de sol, nunca le diste un beso de amor a una mujer, te dejaste basurear por tus jefes, no supiste conseguirte amigos y encima te la pasaste comiendo porquerías? ¿Y me venís a llorar la carta acá? ¿Eso hiciste con la vida que te di?”
Pero López se da cuenta. No es que él no se de cuenta. Precisamente, su repliegue privado tiene que ver con eso: con la certeza de una tibia conciencia. Se sabe cobarde y se avergüenza de ello. ¿Qué mejor lugar para ahogar la vergüenza que el baño? Porque al fin de cuentas, lo único que le queda es el recurso de su imaginación. 
El problema, es que ese escape no es liberador ni crítico. Es una salida funcional, perfectamente adecuada a su vida. En un episodio, cuando López entra al baño, llega a una ciudad en la que todo el mundo “piensa con globos”. En cada globo de pensamiento, hay un deseo dibujado encapsulado en el grafismo. Es así como le pregunta a un sujeto: “Óigame… ¿cómo hacen para no pensar en cosas prohibidas?” Y el hombre mientras engulle una cápsula le contesta: “Y… nos dan unas pastillitas justamente… ahora me tengo que tomar una”.
López piensa: “les están lavando el cerebro a todos”, pero cuando cruza la puerta, y vuelve a “la realidad”, enciende el televisor para ver el programa de entretenimientos “La kermesse familiar” y aplaude, bucólicamente, cuando la parejita de Lugano gana el repechaje al reventar 23 globos con la cabeza. Nunca aprende de su experiencia tras la puerta. Su cuerpo se desplaza en un eterno presente que sublima la experiencia. Y aguanta. Haciéndose el distraído.
1.- La historieta fue llevada al cine en 1988 con dirección de Alberto Fischerman, el papel protagónico de Lorenzo Quinternos, guión de Carlos Trillo, Máximo Soto y Alberto Fischerman

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